Llevo tiempo con el deseo de volver a mis orígenes. Mis primeros escritos fueron poemas y en estos momentos resurge esa necesidad en mí.

Este poema está dedicado a la memoria de aquellas mujeres asesinadas a manos de hombres malos.
Lo he titulado:

                                  LA ROSA SEGADA


                                                           Respirar el aire que inspiré aquel día.

Volver a los encuentros difusos de un amanecer lluvioso.
De campanas soñadoras
que reparten el eco de su sonido
en los oídos opacos de un alma ciega.
Naturaleza del encuentro,
amores prohibidos bajo las sábanas.
Juegos del mundo oculto,
de complacidas palabras,
de besos, caricias, …
De pensamientos en nuestras cabezas
sobre la almohada.
Solo quiero que te vayas…

                                                           Es entonces cuando despierto.


                                                           Olvidar el aire que inhalé aquel día

Encuentros difusos de un sentimiento herido.
Del abandono de un latido interrumpido
con el corazón cosido en curtido lodazal.
Sin sentirlo, sin reponerlo.
No es el encuentro.
Es el olvido.
Putrefacta esencia
de una escondida inocencia.

                                                           No era un sueño olvidado.


                                                           Respirar el aire que expiré aquel día

En el derrengado de manos sucias.
Deleite para una hermosura,
encerrada en la monstruosidad.
Descanso para el ciempiés
que sin descanso camina
entre sollozos mudos y
cavernas de sangre.

                                                           La verdad no era aquel espejismo.


                                                           Morir con el aire que exhalé aquel día.

Ojos abiertos de pupilas negras.
Oscuridad completa
que no recurre al alba.
En el eco del recuerdo,
una luz que ya no brilla.
De afilado acero un cuerpo maltratado.
Esencia segada por manos indignas.
Rotos sus anhelos
con el último aire sin vida.
Libera del encierro
la oscuridad imperecedera.
Después asoma una estrella más,
en la noche sin luna del cielo.

Ya está a la venta mi libro "VARIACIONES SOBRE EL VERBO AMAR", para aquellos que lo queráis comprar "on line".


EN BLANCO


              Mela, sentada con las manos sobre los reposabrazos del sillón de directiva, miraba con frialdad mientras confirmaba cómo el eco de sus palabras acababan de martillear los oídos de Inés.
            Toleró unos minutos de silencio que se deslizaron a través de las estanterías repletas de libros que hablaban sobre técnicas de recursos humanos y protección laboral. También sobre los apliques de la pared que alumbraban el cuadro de Alfonso Albacete.
            Mientras miraba a Inés y veía como se empequeñecía, la emoción de sentirse en una cima dorada la colmaba de felicidad. No podía evitarlo. Cada vez que despedía a un empleado, sentía ese regusto al que se hizo adicta desde que la subieron de puesto y la hicieron jefa del departamento de RRHH. Cierto es que atendió e incluso colaboró amigablemente con el experto en outplacement que la asesoró en como debía actuar ante el recorte de personal así mismo, supo fingir una falsa empatía hacia las personas que iba a despedir con una exquisita maestría.
            Sabía que los empleados de la empresa y los propios compañeros de otros departamentos, la llamaban la hiena, pero esto en vez de enfurecerla, la alegraba.
            Inés movió sus labios con una extraña mueca.
            ─No entiendo porque me despides dijo sabes que trabajo bien. Siempre he llevado tus asuntos con discreción y te he resuelto muchas situaciones difíciles, incluso… embarazosas.
            Mela sonrió.
           -Recuerdas que firmaste un contrato ¿verdad?... si rompes la confidencialidad acabarás en la cárcel o algo peor…sabes que esta empresa no se anda con tonterías. Además, te estás poniendo patética y sabes que eso no te favorece. Ten un poquito de orgullo, solo el suficiente para que puedas marcharte con algo de dignidad.           
            Inés alzó la cabeza y la miró a los ojos.
            Creo que estás un poco confundida repuso.
        ¿yo? dijo clavando sus ojos sobre los de Inés como si fueran dos dagas ardientes yo nunca me equivoco.
            Inés sacó unos papeles de su bolso haciendo caso omiso a las palabras de Mela.
            Esta vez sí respondió, los colocó con delicadeza en la mesa Nunca  firmé. ©

 *Alfonso Albacete; Pintor Malagueño, nacido en Antequera en 1950.





Hola, esta es la invitación para la presentación de mi nuevo libro. Será el próximo 3 de Octubre en el Hotel Molina Lario.


Ha llegado el verano


            Subimos por la Torre de la Paloma, la tierra árida de color ocre desolaba el lugar y hacía inciertos nuestros pasos. Seguimos caminando hasta que bordeamos la torre, entonces el paisaje nos regaló toda su magnificencia, no defraudó.
            El mar azul, acariciaba el saliente de las rocas que perdían su rudeza como una novia enfadada pierde su enfado ante las lisonjas del novio que ama. Las jábegas se deslizaban por la superficie del mar al toque sincronizado de los remos bajo la atenta mirada de su ojo fenicio pintado en la proa. Jugaban con el tímido oleaje al tiempo que competían con la estela blanca de su recorrido.
             El sol sobre las montañas del poniente, parecía orgulloso de la majestuosidad con que regalaba sus rayos a un solemne día.
                También la luna, desde lo alto de la bóveda del cielo, acudió a rendir honores -no era espectáculo para ser ignorado- y miraba curiosa al sol, al mar y a las lindas jábegas posadas sobre él.
                 El cante por Jabegote rompía el silencio. Surgió como una brecha en el tiempo, como una herida profunda, como el aliento renovado de un ave fénix en el apoteosis de su espesura, de su redención, con la plena conciencia de que su sacrificio sería recompensado, de que renacería de nuevo cuando pasase la noche.
                 Las vestales, renovadas en su apariencia, mantenían el fuego de sus antorchas en alza con el simbolismo de una antigua promesa; mantenerlo encendido en espera de que el astro sol reaparezca.
            El sonido de la caracola avisaba del próximo equinoccio. Los remeros de las barcas alzaron sus remos en posición de saludo. Un saludo ancestral con el que agradecían al astro, mientras este se escondía ya entre las montañas, la llegada del verano.
            Un año más, el saludo estaba hecho. Entre toques de caracola, las jábegas emprendieron el regreso, desapareciendo por el horizonte como emisarios, en este siglo XXI, del viejo Neptuno.